Si hasta ahora podía decirse que Maslíah era un cantautor que escribía libros además de canciones, con la aparición de esta nueva novela ya puede afirmarse que es un escritor que canta. Que canta y cuenta y es cada vez más considerado -justificadamente- como principal representante del insólito estilo que creó.
Un meduloso artículo de Ulises Oliva publicado en el suplemento cultural del “Córdoba a Diario” señala: “No es posible señalar picos de desenfreno, desquicio, locura o contravención en la obra literaria del uruguayo. Como en una maliciosa costumbre, lo desopilante crece de manera continua y permanente, aunque sin por ello perder sorpresa: curiosamente la repetición de ciertas técnicas manejadas a la perfección hace sorpresivo lo esperable, con lo cual la magia de la narración no es ya la construcción del relato, sino cómo y con qué argumentos las estructuras narrativas son desconstruídas o, lisa y llanamente pulverizadas.
Y concluye: “Vale todo, o, lo que es lo mismo, nada vale. O lo que es exactamente lo mismo: todo vale por igual. De allí los amores y odios hacia la literatura de leo Maslíah.
Odiado por su generación, amado y odiado en mitades por los más jóvenes. Aún no descubierto por muchos”.
En La décima pista un avión a punto de aterrizar pide pista y desde la torre de control se la niegan. Y se la seguirán negando por meses y meses, durante los cuales en el micromundo de la gigantesca aeronave ocurrirán centenares de episodios, crímenes, actos eróticos surtidos, hasta exposiciones de arte. La carcajada acecha al lector en cada página hasta un final que no será contado aquí aunque nos maten.