No soy hombre de teatro, pero me atrevería a decir que pocos autores contemporáneos han alcanzado tan perfecto grado de lucidez en la interpretación de la realidad social y el comportamiento de la clase media porteña como Roberto Cossa.
Desde el desencantado naturalismo de Nuestro fin de semana (1964), seguido por Los días de Julián Bisbal, hasta sus últimas piezas (entre las que se destaca una obra maestra: El viejo criado), Cossa desarrolla un tema recurrente pero inagotable: el sueño y la frustración del habitante de Buenos Aires, el fin de sus vanas ilusiones, el desengaño de una clase social entrampada en el diabólico tránsito de la ambición al fracaso.
Los personajes de Cossa, -incurables individualistas-, fluctúan desesperadamente entre la grandeza inalcanzable y el derrumbe de las quimeras. Así, sin grandilocuencia, casi siempre a partir de situaciones triviales, el autor traza la parábola cruel de la clase media oportunista, inescrupulosa, arribista, capaz de devorar a los demás hasta aniquilarse a sí misma.