Hay sonidos de una resonancia incomunicable: los últimos compases de “Quejas de bandoneón“, en la versión de Troilo, los primeros de “Gallo ciego” por Pugliese, el chasquido de una red de piolines gruesos y domingueros cuando la pelota golpea no muy arriba y se desliza gol abajo hasta el fondo, el picoteo arrastrado de los tapones de los zapatos de fútbol contra el cemento del túnel antes de emerger a la superficie a respirar la pasión, el rumor de ese mar, la tribuna, el oleaje que baja y vuelve. Hay sensaciones, imágenes, olores intransferibles porque están unidos a lo que amamos: una mujer, un hijo, una canción de Judy Garland, la palabra de un hombre que llueve sobre la multitud como esperanza o certeza de que no todo está perdido.
[…] Los textos que aquí siguen no tienen sonidos no colores pero los suponen. Suponen la complicidad que como lector -y cómplice- sentí la prosa de Borocotó o el alma de Cale. Hay climas compartidos, berretas sabidurías de las que nos enorgullecemos, modestas evidencias sensibles que de algún modo extraño nos justican ante Quien.
[…] La primera edición de este libro apareció en 1986. Ya por entonces los textos que lo componían eran viejos. No los modifiqué… Esta edición agrega dos textos que espero no desentonen. He releído “Marilyn, Hugo y la pena máxima” y el tono y la referencia personal son excesivos. Como este texto, bah.
Pero tampoco borraré esta vez.
Y vamos, que es la hora, suena el silbato, el gong, la campana del merecido Recreo.
J.S.
