Muchas de estas piezas teatrales (que pueden leerse como relatos dialogados, similares a muchos de los que aparecen en novelas y cuentos del autor) tienen en común con las de los otros volúmenes características a partir de las cuales varios comentaristas se apresuraron a hablar de “teatro del absurdo”, categorización inapropiada porque, como señala el autor en una entrevista, “la literatura no se basa en axiomas ni se construye con inferencias de ninguna clase.
(lo que se escriba) puede servir mejor o peor en su contexto, de acuerdo a lo que uno le pida. Si vos escribís “puedo escribir los versos más tristes esta noche” no hay ninguna ley lógica que te diga que tenés que seguir con “escribir por ejemplo la noche está estrellada” más bien que con “pero voy a optar por escribir un tratado de mecánica de los fluidos”.
No se trata de absurdo o de coherencia, se trata de que uno puede decir cosas diferentes en uno u otro caso. Algunas, para ciertos lectores, resultan más esperables o verosímiles que otras.
Entonces, se las cree, literalmente o como representación transfigurada de la realidad. Cuando le resultan inverosímiles, en cambio, las clasifica como absurdas. Pero eso está mal. Es como sumar peras con manzanas.”